EL DEBATE: El complicado camino de las políticas científicas

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Por Emilio Muñoz

Profesor de Investigación ad honorem en el CSIC y coordinador de tareas en la Unidad de Investigación en Cultura Científica del CIEMAT.

La política científica tiene una tradición de una larga centuria en Europa e incluso sorprendentemente en España (Santiago Ramón y Cajal ya hace referencia al concepto en su obra Los Tónicos de la Voluntad). En el ámbito europeo, Reino Unido, Francia y Alemania inician políticas científicas en los primeros años del siglo XX. La moderna política científica se atribuye a los Estados Unidos, con la iniciativa del funcionario e ingeniero norteamericano Vannevar Bush tras la segunda guerra mundial y el reconocimiento al papel decisivo de la ciencia en la victoria aliada, iniciativa que se centra en el texto-programa elaborado por Bush titulado Science. The Endless Frontier (Ciencia. La frontera sin límites), promovido por Roosevelt y gestionado por Truman, su sucesor. Para analizar la complicada trayectoria de las políticas científicas, me gusta acudir, por motivos de simplicidad, al complemento circunstancial que acompaña a esas políticas. Por ello hablo de “políticas para la ciencia”, “políticas por la ciencia” e, incluso, de “políticas con la ciencia”.

Las “políticas para la ciencia” guardan estrecha asociación con el proceso de producción del conocimiento. En ellas juegan papel dos de los tres modelos socio-políticos históricamente aplicados al desarrollo de las políticas científicas: el espontáneo y el estratégico, mientras que el tercero, el planificador, no se considera lógico ni operativo en el caso de estas políticas (hay fracasos resonantes cuando se trató de aplicar en la Unión Soviética).

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EL DEBATE: La cultura en la Internet del futuro

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Por Artur Serra

Fundación i2cat, Barcelona, España.

El pasado día 15 de diciembre se inauguraba oficialmente en Estocolmo, Suecia, GEANT3. Se trata de la infraestructura de Internet avanzada que interconecta las diferentes redes académicas europeas. Esta potente red digital consiste en un conjunto de fibras ópticas oscuras que pueden ser iluminadas con equipos de conmutación permitiendo anchos de banda de decenas de gigabits por segundo. ¿Y cuál fue la demostración estrella en este acto? Un espectáculo de arte en tiempo real entre músicos sitos en la capital sueca y un conjunto de danza situado en Kuala Lumpur. Según la web de GEANT: “The performance was the result of extensive collaboration between international and national research networks. Music performed by the Lost Sounds Orchestra at the Museum of Modern Art in Stockholm – connected with optical fibre to SUNET, the Swedish research and education network– was captured, digitised and sent through the network to the ASEM workshop at the Kuala Lumpur Convention Centre”.

Sin embargo, acostumbrados a ver Internet como un producto de la comunidad científica y tecnológica, no estamos advirtiendo que una nueva comunidad, la de humanidades y de arte, está empezando a transformar dicho medio de forma dramática.

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EL DEBATE: Innovación sin ciencia

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Por Javier Echeverría

Ikerbasque, Departamento de Sociología 2. Universidad del País Vasco, España.

En muchos países del mundo se impulsan políticas de innovación, normalmente vinculadas a las de ciencia y tecnología. Es una herencia del modelo lineal, sintetizado en las siglas I+D+i (investigación, desarrollo e innovación). Un ejemplo reciente es España, donde hace dos años se creó un Ministerio de Ciencia e Innovación (MICINN) que no parece ir muy bien, emparedado entre un Ministerio de Industria que determina las políticas tecnológicas a través del CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial) y un Ministerio de Educación que acaba de recuperar la responsabilidad en el diseño y gestión de las políticas universitarias, que durante casi un año estuvieron a cargo del MICINN. La ciencia es importante para la industria, pero muchas actividades industriales no están basadas en conocimiento científico, sino en otras modalidades de conocimiento. La enseñanza de la ciencia también es importante, pero la cultura innovadora requiere de otras habilidades y destrezas, algunas de ellas basadas en las artes, las humanidades y las ciencias sociales, que han sido las hermanas pobres de las políticas científicas.

Los sistemas de innovación (locales, regionales, nacionales) son más complejos y abigarrados que los sistemas de I+D. No hay innovación sin conocimiento, pero hay conocimientos no científicos que generan importantes innovaciones, en particular innovaciones sociales y culturales. Como bien sabe la CEPAL de la ONU y su programa de innovación social, que tiene gran éxito en América Latina, las fuentes de la innovación social y cultural son muy diversas y muy pocas provienen de los laboratorios científicos. Sólo una parte ínfima de la innovación social está basada en conocimiento científico. Es cierto que la ciencia ha generado mucho desarrollo tecnológico e importantes innovaciones. Sin embargo, ni toda la tecnología proviene de la ciencia ni tampoco todas las innovaciones. Otras modalidades de conocimiento también son fuentes de innovación, por ejemplo las artes (Picasso, Almodóvar), las humanidades (J. Rowling y su Harry Potter), la música (los Beatles) y, last but not the least, los conocimientos generados por los pueblos indígenas. América Latina no es la vanguardia en la innovación tecnológica basada en conocimiento científico, pero aventaja a otras muchas regiones del mundo en la innovación oculta de la que habla el NESTA británico. Dicha institución contrapone la innovación basada en conocimiento científico a la hidden innovation (innovación oculta) que no suele ser contabilizada por el Manual de Oslo ni por el de Bogotá, pero que sin embargo existe, y sigue creciendo. Lo notable es que el Gobierno británico ha hecho suyas estas tesis, incorporándolas como una aportación estratégica relevante al Libro Blanco sobre la innovación en el Reino Unido, el informe Nation Innovation (2008).

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EL DEBATE: Esperando la carroza o ciencia bajo custodia

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Por Noemí Girbal

Investigadora Superior y Vicepresidenta de Asuntos Científicos del CONICET. Profesora titular y Directora del Programa I+D "La Argentina rural del siglo XX" de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.

Todos los campos del conocimiento científico aspiran a llegar con sus resultados a la sociedad, porque el conocimiento se produce para beneficiarla. Pero cuando se habla de Humanidades y Ciencias Sociales no son pocos quienes pretenden que esas áreas donde el conocimiento producido tiene como objeto de estudio al Hombre y su medio, no son ciencias en sentido estricto; prefieren ingresarlas al campo de «la cultura» -como si la ciencia no formara parte de lo cultural- y si es posible, que dependan administrativamente de algún rango institucional apartado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. ¿No es paradójico? Algunas áreas de la ciencia -aquellas que se asocian estrechamente a los problemas sociales- parecen poder desarrollarse sólo bajo custodia, casi como en una situación de permanente minoridad; o de lo contrario esperar el reconocimiento de su estatuto científico por parte del resto del sistema científico-tecnológico.

Hace casi cuatro décadas que soy científica (historiadora) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de la Argentina. Ahora que los límites interdisciplinares son permeables y la trasgresión de las fronteras entre ciencias exactas y naturales y las llamadas «ciencias blandas» parece tener más ventajas que inconvenientes, me pregunto por qué cuesta tanto cambiar las pautas culturales para con estas áreas del conocimiento. No deposito la culpabilidad en «los otros»; seguramente también «nosotros» debemos difundir más asiduamente el conocimiento que generamos y sus aplicaciones. A esta pregunta podría sumar una reflexión: el fuerte arraigo de las mujeres dedicadas a estos campos de la ciencia y a quienes poco se las asocia con la figura paradigmática de un científico; como si estuvieran genéticamente inhabilitadas por su condición de género y la especialidad que han elegido para llevar a cabo sus investigaciones.

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EL DEBATE: Los cromagnones ya hacían innovaciones tecnológicas

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Por Javier López Facal

Profesor de investigación. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), España.

Si uno entiende por innovación el proceso de sacar a la luz una cosa totalmente nueva, o que simplemente mejora en algo a otra preexistente, habrá que concluir que esta afición de los humanos, aparentemente irreprimible, tiene una tradición milenaria. Y si, además, uno entiende por tecnología la aplicación práctica de un saber hacer en la forma de instrumentos, objetos o destrezas adquiridas, habrá que aceptar también que siempre ha habido tecnólogos.

Las pirámides de Egipto o de Michoacán, los templos griegos o las pagodas asiáticas, los drakkar vikingos o las carabelas castellanas, los arcos y flechas o los escudos, el queso, el vino o el aceite, e infinidad de productos más, que un buen día aparecieron en el “mercado”, no serían sino ejemplos de grandes innovaciones tecnológicas que hoy, con nuestro prurito de clasificar las cosas y de solemnizar obviedades, clasificaríamos respectivamente como tecnologías de la construcción, del transporte, de la industria de defensa o de la agroalimentación.

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EL DEBATE: Es hora de pasar a la acción

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Por José Antonio López Cerezo

Catedrático del Departamento de Filosofía, Universidad de Oviedo (España).

Una frase muy conocida de Karl Marx se encuentra en su tesis XI sobre Feuerbach: «Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo». Durante los últimos 40 años se ha acumulado una gran cantidad de literatura CTS que podría también entenderse como una variedad de la teoría de la acción: contribuciones y más contribuciones sobre cómo cambiar las relaciones entre ciencia-tecnología-sociedad, es decir, más y más interpretaciones sobre cómo transformar las cosas.

Es cierto que el campo CTS contiene algunos buenos ejemplos de propuestas efectivas que han alcanzado el horizonte de la práctica. Ejemplos de ello son la evaluación constructiva de tecnologías propuesta por el grupo CTS de la Universidad de Twente, diversos modelos didácticos en educación CTS, como las simulaciones CTS del grupo Argo, o las conferencias de consenso desarrolladas originalmente en Dinamarca. Sin embargo, son únicamente la punta de un gran iceberg teórico, un iceberg que sigue creciendo descompensadamente en la dirección de la interpretación.

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EL DEBATE: Quién y cómo, los interrogantes de la participación

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Por Marta I. González

Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad. Instituto de Filosofía, CCHS-CSIC (España).

Las sociedades contemporáneas proporcionan abundantes oportunidades para la participación de sus ciudadanos en una gran diversidad de situaciones. La votación en una convocatoria de elecciones o referéndum ya no es el único medio de expresión: encuestas, SMS, foros, blogs y otros mecanismos de opinión, sobre todo en Internet, se han multiplicado en los últimos tiempos. En medio de una amplia variedad temática, y pese a que aún conservan parte de su prestigio como esferas de conocimiento privilegiado al alcance solo de los especialistas, no es infrecuente encontrar en primer plano cuestiones de debate público que tienen que ver con los desarrollos de la ciencia y la tecnología, que aparecen cada vez más entremezcladas con asuntos sociales y políticos. La ciencia se desarrolla hoy sometida a demandas de mayor responsabilidad social y más transparencia, y la tradicional evaluación por pares da paso a la rendición de cuentas frente a la sociedad. Más allá de procesar opiniones, en los últimos años se han puesto también en marcha mecanismos para involucrar a los ciudadanos en la toma de decisiones sobre ciencia y tecnología.

Los argumentos a favor de la participación del público no experto son habitualmente de dos tipos: por una parte, ético-políticos, apelando a la coherencia democrática y al derecho de los implicados a decidir sobre asuntos que les conciernen. Esta argumentación está relacionada con los nuevos roles sociales que la ciencia asume en el mundo actual, asociados con la necesidad de tomar decisiones urgentes en situaciones de incertidumbre inherente sobre riesgos que afectan a grupos importantes de población: los riesgos ambientales, la seguridad alimentaria o las decisiones sobre modelos energéticos son ejemplos de cuestiones tecno-científicas para las que la ciencia no tiene respuestas inequívocas y sobre las que los ciudadanos afectados deberían poder decidir.

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EL DEBATE: Socializar el conocimiento, la utopía indispensable

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Por Carlos Vogt

Secretário de Ensino Superior do Estado de São Paulo e Coordenador do Labjor (Universidade Estadual de Campinas - Unicamp).

Uno de los grandes desafíos del mundo contemporáneo es, junto con el llamado “desarrollo sustentable”, la transformación del conocimiento en riqueza. ¿Cómo establecer patrones de producción y de consumo que tengan en cuenta las demandas de poblaciones en aumento en todos los rincones de la Tierra, preservando la calidad de vida y el equilibrio del medio ambiente en el planeta? Esta es, en resumen, la pregunta que nos plantea el así llamado «desafío ecológico». ¿Cómo transformar conocimiento en valor económico y social, o, en una de las jergas comunes a nuestro tiempo, cómo agregar valor al conocimiento? Responder a esa pregunta es aceptar un segundo desafío, al que podríamos llamar «desafío tecnológico». Para enfrentar estas tareas, propias de lo que también se ha convenido en llamar economía o sociedad del conocimiento, deberíamos estar preparados, entre otras cosas, para cumplir todo un ciclo de evoluciones y de transformaciones del conocimiento. Ello va desde la investigación básica, producida en las universidades y las instituciones afines, pasa por la investigación aplicada y resulta en innovación tecnológica capaz de agregar valor comercial, esto es, resulta en producto de mercado.

  

La otra cara de ese mismo desafío es, pues, transformar riqueza en conocimiento, creando, así, la dinámica de un círculo virtuoso en el cual el conocimiento genera riqueza y ésta, con la gestión adecuada, propicia, a través de la práctica de buenas políticas públicas de ciencia y tecnología, las condiciones de fomento para la generación, la difusión y la divulgación de nuevos conocimientos.

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