Uno de los elementos más importantes para entender la evolución política de nuestras sociedades durante los últimos 50 años es el desarrollo científico-tecnológico: el vertiginoso avance del conocimiento científico, la profunda transformación tecnológica de todas las esferas de la vida, las cambiantes sensibilidades públicas al respecto y la adaptación de las políticas públicas en la materia.
En España, las encuestas bienales de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT, 2003-13) muestran alrededor de un 8-10% de tecnófobos, de ciudadanos pesimistas y desconfiados respecto al cambio científico-tecnológico. La Encuesta Iberoamericana de 2007 de FECYT, OEI y RICYT (2009), realizada en siete grandes urbes de la región, empuja esa cifra hasta el 15%. Pero estos datos aislados son desorientadores. Esas mismas encuestas muestran que un amplio porcentaje de la población española e iberoamericana, aun siendo globalmente optimista sobre los efectos sociales del cambio científico-tecnológico, es también consciente de los riesgos y las incertidumbres. Son los conocidos como “implicados desconfiados”, en la sugerente la terminología de las encuestas británicas PAS (Ipsos MORI, 2014).
Seguir leyendo